Ir a un sitio nuevo, juntar varias personas de diferentes ámbitos para que trabajen juntas, darles rotuladores y post-its, y pedirles que no hablen sino que escriban o dibujen sus ideas, predispone al cerebro a trabajar de forma diferente.
Un workshop rompe la rutina y crea nuevas situaciones y sensaciones desde el inicio.
Te levantas a una hora diferente, te vistes de otra forma, coges un camino alternativo ya que no vas a la oficina… Con la idea de trabajar en grupo podemos incluso estar un poco nerviosos… nuestro corazón se acelera.
La rutina es buena para alcanzar orden y eficiencia en una profesión, pero si buscamos creatividad, necesitamos inspiración.
Un workshop consigue inspiración e innovación al juntar miembros con diferentes conocimientos, al cambiar los roles de cada día… pero lo más importante es que los equipos consiguen nuevas ideas JUNTOS.
Pensar y construir juntos
Tanto en la vida personal como en la profesional, trabajamos en varios proyectos con mucha gente en los que asumimos diferente roles. En algunos, lideramos, en otros delegamos, en otros colaboramos… pero ¿cuántas veces trabajos activamente juntos?
Muchas veces gastamos más energía defendiendo una primera opinión que explorando más opciones cuando a lo mejor no es la opción más adecuada para el grupo.
Además en una reunión hablada siempre hay gente que habla más o gente más tímida que no participa. Si todo el mundo está obligado a escribir o dibujar sus ideas, todo el mundo tiene voz. No existen problemas de ego, ni de que «siempre decida el jefe».
Las ideas no son de nadie, pertenecen al grupo.
Es el grupo quien las valora en conjunto. Nadie discute nada, sino que todo se visualiza. El resultado son un montón de opciones que facilitan la extracción de conclusiones.
Evitar la figura del experto
En un workshop no hay nadie delante de todo el grupo hablando. En vez de hacer un trabajo individual sobre lo que somos expertos que nadie lee, es mejor visualizar un proyecto común a través del dibujo o la escritura, construyendo un proyecto mediante la contribución de cada uno en vez de crearlo separadamente.
Cuando los niños pintan en la escuela, todos ven lo que están haciendo en ese mismo momento y reaccionan de forma conjunta. Así pueden compartir su aprendizaje y construir juntos. Mediante un workshop, todos entienden la contribución de los demás en una manera visual e integrar su conocimiento en el trabajo de todo el mundo.
Están aprendiendo de una forma activa.
No influye lo mismo en nuestra mente escuchar a un experto hablando sobre un tema, que trabajar junto a él. Cuando juntos ponemos el conocimiento a trabajar en un nuevo contexto, no solo nos acerca al conocimiento de las otras personas, sino que nos permite interpretar el nuestro desde una perspectiva diferente.
Ecológicamente y económicamente responsable
Una buena idea tiene un gran valor. Pero obtenerla cuesta mucho. De cada 100 productos lanzados al mercado, 90 desaparecen durante el primer año, y 9 son quitados de las estanterías durante el 2º año.
Por eso, es mejor dirigir los recursos de la compañía en la fase inicial, cuando se está decidiendo si algo merece la pena ser construido.
Es muy fácil caer enamorado de la primera idea que se tiene.
Y es que una vez generada nos autoengañamos pensando en argumentos que nos convenzan a nosotros mismos en las propiedades positivas que tiene. Libros como Lateral thinking de Edward de Bono enseñan a evitar esto, obteniendo el mayor número de ideas posibles.
Es mil veces mejor, gastar esa energía en generar nuevas ideas, alternativas de la idea inicial, preguntándonos si podemos obtener el mismo resultado con otras soluciones.
Es mucho más rentable invertir tiempo en buscar varias opciones que gastarlo en debatir solo una. Centramos la energía en mover el proyecto hacia delante y no en mostrar nuestra gran idea delante de la gente.
Además al ser un trabajo en grupo, nadie pierde tiempo teniendo que pasar las notas como una reunión hablada. Se hace una foto del panel, y todo el mundo entiende lo que hay en él porque se ha creado entre todos.